Por Manuela Rodríguez
90 habitaciones, un solo hotel, una infinidad de chismes. El Telón le pidió a Manuela Rodríguez que su fuera de incógnita al Hotel Cosmo 100 en busca de los rumores, chismes, historias y exageraciones.
Sin estar muy segura a quién acudir primero o qué papel interpretar, me aventuré a hacer mi primer espionaje con un fin periodístico o si es preciso decir, con el propósito de encontrar uno que otro chismecito de aquellos que merodean un hotel en tiempos de celebridades. En este caso, actores, directores y cantantes del XII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá serían estas personas reconocidas a las que buscaba para entrometerme en su vida, o tal vez, si sólo era posible, me conformaría con el técnico traído desde Ucrania que es el único que sabe prender y apagar ese tipo de luces encandiladoras de última tecnología.
Llegué al hotel Cosmos 100 a un poco más de las 3 de la tarde, la verdad, como es de suponer, éste queda sobre la calle 100 pero olvidé verificar bien la dirección antes de salir y la llegada fue un algo tediosa. Yo, habitante de la capital pero provinciana de nacimiento y corazón sentía que estaba llegando al espacio exterior de la tierra, de mi tierra, mis horizontes nunca se habían expandido más allá de la calle 100 con carrera 15. Después de caminar largas cuadras y de estar a punto de entrar al hotel equivocado (Hotel Bogotá Plaza), llegué a mi destino, me puse nerviosa, y empecé a repasar en mi cabeza el guión que inventé para lograr mi propia agenda de chismes para un Sweet Bohemio y probar el famoso “dulce sabor”.
Al pasar o más bien al ser empujada por una puerta giratoria de vidrio a la entrada del hotel, entré al lobby, ahí me dio la bienvenida un señor de traje y audífono con una seriedad un tanto osada quien me ofreció su ayuda, le di las gracias y sin dejarlo interrogar, me dirigí hacia una mesa que estaba al lado de la recepción. En ésta estaban sentados dos jóvenes, un hombre y una mujer. Aquel rincón tenía afiches del Festival por todos lados y sobre la mesa había todo tipo de ‘brochures’ que contenían información sobre las obras, conciertos y espectáculos. Sin pensar ni dudar pregunté, “¿perdón, ustedes venden boletas del Festival aquí?”, no obtuve respuesta alguna, sólo dos miradas totalmente extrañadas que hablaban por sí solas, “¿esta loca de donde salió?”. Después de pasados algunos minutos, la mujer me respondió que ellos no vendían ningún tipo de boleta, sólo eran encargados de coordinar las actividades de los artistas huéspedes. Me atacó con varias preguntas sobre quién era yo, qué quería, de dónde venía, que si era o no participante y con cara de desconfianza y de sospecha de algún atentado terrorista, me preguntó quién me había dado información del hotel. En cambio, el hombre joven, muy sociable me regaló un afiche con la programación del Festival y coquetamente me invitó al Café de la Comedia, más específicamente al show “La Caja Registradora”, donde él participaría. Como no aguanté más la mirada amenazante de la distinguidísima mujer o tal vez sus celos porque tenía la atención de su compañero decidí continuar mi expedición.
Caminando casi en puntillas para no llamar la atención de las personas que estaban en el restaurante del lobby, personas con cara de ejecutivos o simplemente de personas serias e importantes, (la clase de personas y comportamientos que no buscaba yo en el momento), me subí al ascensor y marqué tres pisos diferentes. Llegué al octavo, pero gracias a la forma cilíndrica del edificio pude ver que dos pisos más abajo estaba Gloria, una de las señoras encargadas del aseo de las habitaciones. Me acerqué a ella con cara de extranjera, aunque la pinta estudiantil y el aire tropical no ayudaban, y me presenté como una curiosa visitante del Festival que quería saber sobre los movimientos de los artistas en el hotel durante su estadía. Glorita, así decidí apodarla, claro, sin que ella se enterara, era la primera persona y la única que estuvo dispuesta a darme información y no cuestionó con palabras ni con su mirada mi actitud entrometida. Desafortunadamente su voluntad fue mayor que la caja de chismes estilo Pandora que yo buscaba, “la verdad no he hablado con ellos, sólo se comunican conmigo para que por favor les organice la habitación. Y eso yo no les entiendo pero nada, todos hablan es en inglés”. Todos los días llegan personas así como también se van, “el hotel está lleno”. Al ver mis insistentes preguntas sobre los huéspedes, decidió sacar su lista de habitaciones asignadas en un papel con nombre propio de la persona al lado del número de habitación, la ingenua Glorita no sabía que eso no es permitido, afortunadamente no se equivocó de persona para divulgar esta información. “Son unos nombres rarísimos, ni siquiera los puedo leer”, pues yo tampoco pude, tenían apellidos compuestos sólo por consonantes y máximo una vocal, sólo pude grabar Sassonsky en mi cabeza (si es que así se escribe) y a un tal Fabio que era el único de habla hispana en el lugar, según la aseadora.
Sin quitarle más tiempo a Gloria, decidí acercarme a los meseros para tratar de continuar con mi proyecto Sweet, pero ninguno tuvo la simpatía que tuvo mi interrogada anterior. Sólo la mujer encargada del bar quiso compartir el muy confidencial hecho que los artistas se levantan temprano en la mañana de 8 a 9, desayunan y se van, y sólo vuelven hasta tarde en la noche. En vista de la dificultad de encontrar algo sustancioso en mi misión decidí abandonar el lugar. Cuando salía del hotel, llevaba mi pequeña grabadora tipo memoria USB en mi mano, y nuevamente la seguridad del lugar, el señor serio, quien me dio la bienvenida a la entrada, me siguió con su mirada hasta la salida, más específicamente mi mano tratando de descifrar que tipo de artefacto de nueva tecnología traía yo que podía hacer volar todo el edificio, lo deduje por su expresión.
Salí del Cosmos 100, galaxia de la suspicacia, con un sentimiento de insatisfacción por lo que decidí sentarme un rato para observar quien salía y quien entraba a este lugar. El único personaje supersónico que pude capturar fue un hombre de pelo amarillo, tan amarillo que era casi blanco como su piel que se fumaba un cigarrillo y vestía como si estuviéramos en un verano de más de 40 grados y con un estilo hippie, por supuesto, con sandalias de budista, pantalones embobados y una camisilla tornasolada. Este hombre llamó mi atención y mientras buscaba la manera de acercarme a él, un taxista como aquellos que abundan en la ciudad, con frustración de conquistadores y con el triple de mi edad me picaba el ojo y me ofrecía montarme en su carruaje con un rumbo sin definir.
Ya desesperada y frustrada por el fracaso de mi misión y el acoso del taxista, decidí, irónicamente, coger el primer taxi que pasó y esperar para una próxima aventura hotelera.
90 habitaciones, un solo hotel, una infinidad de chismes. El Telón le pidió a Manuela Rodríguez que su fuera de incógnita al Hotel Cosmo 100 en busca de los rumores, chismes, historias y exageraciones.
Sin estar muy segura a quién acudir primero o qué papel interpretar, me aventuré a hacer mi primer espionaje con un fin periodístico o si es preciso decir, con el propósito de encontrar uno que otro chismecito de aquellos que merodean un hotel en tiempos de celebridades. En este caso, actores, directores y cantantes del XII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá serían estas personas reconocidas a las que buscaba para entrometerme en su vida, o tal vez, si sólo era posible, me conformaría con el técnico traído desde Ucrania que es el único que sabe prender y apagar ese tipo de luces encandiladoras de última tecnología.
Llegué al hotel Cosmos 100 a un poco más de las 3 de la tarde, la verdad, como es de suponer, éste queda sobre la calle 100 pero olvidé verificar bien la dirección antes de salir y la llegada fue un algo tediosa. Yo, habitante de la capital pero provinciana de nacimiento y corazón sentía que estaba llegando al espacio exterior de la tierra, de mi tierra, mis horizontes nunca se habían expandido más allá de la calle 100 con carrera 15. Después de caminar largas cuadras y de estar a punto de entrar al hotel equivocado (Hotel Bogotá Plaza), llegué a mi destino, me puse nerviosa, y empecé a repasar en mi cabeza el guión que inventé para lograr mi propia agenda de chismes para un Sweet Bohemio y probar el famoso “dulce sabor”.
Al pasar o más bien al ser empujada por una puerta giratoria de vidrio a la entrada del hotel, entré al lobby, ahí me dio la bienvenida un señor de traje y audífono con una seriedad un tanto osada quien me ofreció su ayuda, le di las gracias y sin dejarlo interrogar, me dirigí hacia una mesa que estaba al lado de la recepción. En ésta estaban sentados dos jóvenes, un hombre y una mujer. Aquel rincón tenía afiches del Festival por todos lados y sobre la mesa había todo tipo de ‘brochures’ que contenían información sobre las obras, conciertos y espectáculos. Sin pensar ni dudar pregunté, “¿perdón, ustedes venden boletas del Festival aquí?”, no obtuve respuesta alguna, sólo dos miradas totalmente extrañadas que hablaban por sí solas, “¿esta loca de donde salió?”. Después de pasados algunos minutos, la mujer me respondió que ellos no vendían ningún tipo de boleta, sólo eran encargados de coordinar las actividades de los artistas huéspedes. Me atacó con varias preguntas sobre quién era yo, qué quería, de dónde venía, que si era o no participante y con cara de desconfianza y de sospecha de algún atentado terrorista, me preguntó quién me había dado información del hotel. En cambio, el hombre joven, muy sociable me regaló un afiche con la programación del Festival y coquetamente me invitó al Café de la Comedia, más específicamente al show “La Caja Registradora”, donde él participaría. Como no aguanté más la mirada amenazante de la distinguidísima mujer o tal vez sus celos porque tenía la atención de su compañero decidí continuar mi expedición.
Caminando casi en puntillas para no llamar la atención de las personas que estaban en el restaurante del lobby, personas con cara de ejecutivos o simplemente de personas serias e importantes, (la clase de personas y comportamientos que no buscaba yo en el momento), me subí al ascensor y marqué tres pisos diferentes. Llegué al octavo, pero gracias a la forma cilíndrica del edificio pude ver que dos pisos más abajo estaba Gloria, una de las señoras encargadas del aseo de las habitaciones. Me acerqué a ella con cara de extranjera, aunque la pinta estudiantil y el aire tropical no ayudaban, y me presenté como una curiosa visitante del Festival que quería saber sobre los movimientos de los artistas en el hotel durante su estadía. Glorita, así decidí apodarla, claro, sin que ella se enterara, era la primera persona y la única que estuvo dispuesta a darme información y no cuestionó con palabras ni con su mirada mi actitud entrometida. Desafortunadamente su voluntad fue mayor que la caja de chismes estilo Pandora que yo buscaba, “la verdad no he hablado con ellos, sólo se comunican conmigo para que por favor les organice la habitación. Y eso yo no les entiendo pero nada, todos hablan es en inglés”. Todos los días llegan personas así como también se van, “el hotel está lleno”. Al ver mis insistentes preguntas sobre los huéspedes, decidió sacar su lista de habitaciones asignadas en un papel con nombre propio de la persona al lado del número de habitación, la ingenua Glorita no sabía que eso no es permitido, afortunadamente no se equivocó de persona para divulgar esta información. “Son unos nombres rarísimos, ni siquiera los puedo leer”, pues yo tampoco pude, tenían apellidos compuestos sólo por consonantes y máximo una vocal, sólo pude grabar Sassonsky en mi cabeza (si es que así se escribe) y a un tal Fabio que era el único de habla hispana en el lugar, según la aseadora.
Sin quitarle más tiempo a Gloria, decidí acercarme a los meseros para tratar de continuar con mi proyecto Sweet, pero ninguno tuvo la simpatía que tuvo mi interrogada anterior. Sólo la mujer encargada del bar quiso compartir el muy confidencial hecho que los artistas se levantan temprano en la mañana de 8 a 9, desayunan y se van, y sólo vuelven hasta tarde en la noche. En vista de la dificultad de encontrar algo sustancioso en mi misión decidí abandonar el lugar. Cuando salía del hotel, llevaba mi pequeña grabadora tipo memoria USB en mi mano, y nuevamente la seguridad del lugar, el señor serio, quien me dio la bienvenida a la entrada, me siguió con su mirada hasta la salida, más específicamente mi mano tratando de descifrar que tipo de artefacto de nueva tecnología traía yo que podía hacer volar todo el edificio, lo deduje por su expresión.
Salí del Cosmos 100, galaxia de la suspicacia, con un sentimiento de insatisfacción por lo que decidí sentarme un rato para observar quien salía y quien entraba a este lugar. El único personaje supersónico que pude capturar fue un hombre de pelo amarillo, tan amarillo que era casi blanco como su piel que se fumaba un cigarrillo y vestía como si estuviéramos en un verano de más de 40 grados y con un estilo hippie, por supuesto, con sandalias de budista, pantalones embobados y una camisilla tornasolada. Este hombre llamó mi atención y mientras buscaba la manera de acercarme a él, un taxista como aquellos que abundan en la ciudad, con frustración de conquistadores y con el triple de mi edad me picaba el ojo y me ofrecía montarme en su carruaje con un rumbo sin definir.
Ya desesperada y frustrada por el fracaso de mi misión y el acoso del taxista, decidí, irónicamente, coger el primer taxi que pasó y esperar para una próxima aventura hotelera.
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